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jueves, 12 de enero de 2012

COMO INTERPRETAMOS LA JUSTICIA

Soy  una persona de las que todavía creen en la justicia y creeré más, si veo que ésta se aplica en la medida correcta y adecuada. Lo que algunas veces parece ser, si no imposible, algo difícil de conseguir.

Leo en un periódico, que por cierto ha dejado de editarse, la noticia de que el Consejo General del Poder Judicial ha impuesto una multa de 3.000 € a un juez de Murcia, por vejar reiteradamente al funcionariado a su cargo y referirse despectivamente a los homosexuales, llamándoles “maricones”, a las madres solteras “putas”, “cornudos” a los maridos, “gilipollas” a los extranjeros y “gentuza” a quienes solicitaban la nacionalidad, además de retrasar ostensiblemente el trámite de los expedientes correspondientes.

La publicación también expone la queja, de las direcciones de varios tanatorios de Murcia, por retrasar las autorizaciones de enterramiento por detalles simples y mínimos, carentes de importancia, con lo cual los familiares de los difuntos se veían obligados a permanecer en el cementerio hasta la llegada de la licencia correspondiente.

No pienso entrar en el tema de si la multa impuesta es o no proporcional al comportamiento descrito. No me corresponde juzgarlo a mi ni quiero adjudicarme el poder hacerlo. Lo que si puedo decir es que, como funcionario que he sido durante treinta y cinco años, si me hubiese comportado de tal manera con el público, previo expediente sancionador, me habrían separado del servicio ya que se hubiese tratado de una falta muy  grave y reiterada. Y creo que lo tendría bien merecido.


Leo también, en el mismo periódico, que un fiscal pide siete años y medio de cárcel y una inhabilitación de cuatro años, para ejercer la música, a una concertista de veintiséis años, por tocar el piano en su casa, dentro del horario diurno, además de las correspondientes multas y una indemnización que superan los 22.000 €, al parecer porqué una vecina ha sufrido unas molestias que le han producido los siguientes trastornos físicos. Alteraciones del sueño, intranquilidad, desasosiego, angustia, labilidad emocional, episodios aislados de pánico, sentimientos de impotencia e indefensión, irritación, susceptibilidad y problemas en la gestación de su hijo.


Tampoco pienso poner en tela de juicio, por mi parte, ni las peticiones del fiscal, ni las dolencias sufridas por la vecina. No me corresponde, como he dejado bien patente antes. Ni soy juez, ni soy médico. Pero dispongo del libre albedrío para formarme mi propia opinión sobre ambos casos, la cual, por derecho propio, me reservo.

Lo que si pienso, tomando como base las peticiones del fiscal, es la que les puede caer al Sr. Millet, a los del “caso Gurtel”, a los imputados del “caso Nóos” y a tantos otros “casos parecidos y actuales”, si caen en sus manos. De lo cual, por el presente, tengo mis dudas de que pueda ocurrir.

Tanto mis vecinos como yo, vivimos un caso un tanto parecido al de la pianista, con la salvedad de que no se trataba de un piano. Ojalá hubiese sido así, ya que del piano salen unas notas dulces y armoniosas, si bien es de justicia reconocer que el oírlo en demasía, puede producir hastío y cansancio.

¡Nosotros debimos de soportar una discoteca, pared con pared, durante varios años¡ Debido a que las denuncias efectuadas al Ayuntamiento, no surtían ningún efecto. Ello contando, con que éstas, llegasen a las manos del titular de la discoteca (cosa que siempre hemos dudado).

Con el tiempo, por azares del destino y por mera casualidad, se consiguió que interviniese la Fiscalía, donde fuimos a prestar declaración los vecinos y quienes regentan dicho establecimiento, tras haberse efectuado las pertinentes inspecciones y pruebas sonométricas, que dejaron bien patentes las molestias emitidas.

Ignoramos si la discoteca fue multada o no por la emisión de ruidos. El fiscal no encontró las pruebas suficientes para la imputación de delito alguno. No obstante la discoteca adoptó las medidas oportunas para no volver a causar molestia alguna. De lo cual se desprende que lo que si existió fue un fuerte tirón de orejas. Lo que si es evidente, es que se solucionó el problema de la mejor y más simple de las maneras, sin la necesidad de masacrar a nadie.

He de decir, que la discoteca nos privaba de descansar, como es de desear, hasta las seis de la mañana. Nos despertábamos muy a menudo, las noches de los viernes y los sábados, con lo cual nos hallábamos bastante cansados por la mañana. Pero ninguno de los vecinos acusó ninguna de las enfermedades antes descritas, a lo sumo y muy puntualmente un poco de mal humor o irritación, nada más. Y no por ello nos creemos Supermanes o algo parecido.

De lo dispar de todo lo expuesto sobre la antedicha multa y las peticiones de condena para la pianista, deduzco que, o estoy escaso de neuronas o me estoy volviendo senil. ¡Lo cierto es que no me aclaro ni un ápice en absoluto¡
Siempre nos han dibujado a la Justicia ciega y con los ojos vendados, pero parece ser que con el tiempo ha sufrido alguna que otraminusvalía más acuciante todavía que la ceguera.


Adiós, me marcho a ver las noticias y consultarlas con la almohada para sacar nuevas conclusiones, ya volveré cuando las tenga.

Manel M.

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